La opinión de Emma Riverola en El Periódico de Catalunya.
Y los valientes plantaron cara con sus armas más poderosas, las más temidas: sillas de ruedas, bastones, pelo canoso y pancartas caseras. Armas capaces de sonrojar a todo aquel que tenga vergüenza, a todo aquel que no crea que los recortes del presupuesto deban afectar a la asistencia básica de los más débiles. Los abuelos del barrio de Sant Feliu de L'Hospitalet han tomado su ambulatorio dispuestos a no ceder lo que tantos años de reivindicación les costó. Hace 30 años tomaron la calle para exigir un centro de atención primaria. Ahora, de nuevo se hallan en pie de guerra. La lucha les pilla con el cuerpo más ajado y el pulso menos firme, pero su voluntad sigue irreductible como entonces. Quizá el Govern de Artur Mas crea que puede cerrarse un CAP durante un mes, pero los mayores saben que sus achaques nunca se van de vacaciones.
Cuando las imágenes de las protestas muestran ancianos con problemas de movilidad y familias desalojadas de sus hogares por no poder hacer frente a los pagos, las alarmas de la desigualdad se disparan. Podemos envolver los recortes con retórica o con silencios, pero la verdad se esconde en la lucha de esos ancianos por seguir recibiendo la atención primaria. Los cimientos del bienestar se están tambaleando. El subsuelo de la justicia se resquebraja y por sus grietas se precipitan los más débiles. Los siguientes ya andan haciendo equilibrios.
lunes, 12 de diciembre de 2011
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