Entrevista en El Periódico de Catalunya a Francisco J. Pérez, Guardia Urbano de L´Hospitalet de Llobregat.
Francisco Javier Pérez (Barcelona, 1958) es un guardia urbano de L'Hospitalet de Llobregat. Lleva casi 30 años pateado sus calles y andado por sus tejados. Nunca se ha limitado a poner multas, sino que es de los que van al hospital a visitar a los accidentados y a interesarse por la familia de los chavales enganchados a la droga. Una noche de 1994 se le removió la conciencia...
-Mi mujer y yo estábamos viendo Informe Semanal. Uno de los reportajes mostraba las consecuencias de un terremoto en el valle del Cauca, en Colombia. Acababa con la imagen de una niña de la comunidad páez que había perdido a sus padres en el derrumbe de una ladera. Se había quedado muda y señalaba con la mano el lugar en el que fallecieron. Me impactó tanto que, al día siguiente, fuimos los dos al consulado de Colombia a preguntar cómo podíamos apoyar a los damnificados.
-¿Se plantaron así, sin más?
-Sin más. Nos dijeron que podíamos canalizar el dinero a través de ellos, pero preferimos una respuesta alternativa. Hablamos con familiares y amigos, reunimos algo más de 300.000 pesetas, y a las dos semanas me planté en Popayán, la ciudad más próxima al desastre.
-Menudo empuje.
-Me puse en contacto con una iglesia evangélica -a la que pertenezco- y con la ayuda de un pastor, conseguí que la compañía hidroeléctrica me facilitara camiones con conductor para llevar el material que compré con las 300.000 pesetas. Botas de agua, colchones, mucho grano, tiendas de campaña.
-¿Y dice que iba usted solo?
-Sí. Y nunca había viajado más allá de París... Una vez allí, conocí de cerca la situación de los niños de la calle de Bogotá y de Medellín, y eso me volvió a herir la conciencia. Hasta el punto de que, allí mismo, tomé la decisión de combatir ese problema. Pero el dinero ya estaba agotado.
-Sin dinero...
-Al año siguiente de ir a Popayán organicé un pequeño equipo de personas vinculadas a las iglesias evangélicas en Medellín, alquilamos un piso y acogimos al primer niño, Hugo, de 13 años. Para poder crecer, se creó Vida y Libertad. Al principio, los ingresos anuales no superaban las 100.000 pesetas. Pero, gracias al apoyo de muchas iglesias, en estos 16 años hemos podido atender a 40.000 niños en nueve países. Unos 1.800 cada día.
-Querer es poder.
-Tenemos hogares en Colombia y en Honduras para unos 80 niños, pero también abrimos guarderías y damos becas escolares. Queremos que los niños puedan desarrollar su vida con normalidad, lejos de la prostitución, la delincuencia o la muerte.
-Bien mirado, es una barbaridad lo que ha conseguido.
-Un proverbio africano dice: «Personas sencillas, en lugares sencillos, realizando cosas sencillas, pueden cambiar el mundo». Cuando te marcas un norte, eres capaz de actuar. Y cuando empiezas a caminar, se implican muchas personas de gran valor. Por ejemplo, la directora del proyecto en Medellín es una chica de Esplugues licenciada en Económicas. Llevaba la contabilidad de una empresa japonesa, y cuando manifestó su inquietud por irse a Colombia a sus superiores le propusieron doblarle el sueldo. Pero se marchó, porque tenía la convicción de que era donde debía estar.
-Oiga, usted no ha dejado su trabajo en la Guardia Urbana.
-Sigo haciendo jornadas de ocho horas, ahora en la central. Me siento cómodo no teniendo ingresos de la entidad. Estoy en paz sabiendo que mi dinero procede de mi trabajo. No tengo piso en propiedad, ni coche. Tengo libertad de acción y de espíritu.
¿Y la familia le acompaña?
-Mi esposa me ha apoyado, incluso en los momentos difíciles. Hace 12 años, un grupo armado irrumpió en nuestro centro de Colombia. Robaron por valor de varios millones de pesetas. Como es gente que suele repetir, instalamos a los niños en hogares de confianza y yo pedí una excedencia en la Guardia Urbana con el fin de instalarme allí, junto al equipo. Mi mujer estaba embarazada de mi hija...
-Se ha ganado usted el cielo.
-Mi premio son las buenas notas que los niños sacan en los colegios. Ver que son felices. La solidaridad enriquece y aporta dignidad a quien la realiza. Si todo el mundo estuviera implicado en la ayuda a la tercera edad, a los niños, a las personas maltratadas en su propio vecindario, se producirían transformaciones profundas en la sociedad. Ortega y Gasset decía: «Una persona es lo que esa persona hace».
domingo, 11 de diciembre de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario