miércoles, 11 de noviembre de 2009

El Bucle Melancólico. (17)


Para Krutwig no existe una unidad racial vasca, pero los vascos en su totalidad pertenecen a "una de las tres grandes diviones raciales que pueblan el mundo: europoides, negroides y mongoloides". Los vascos son blancos, europoides, "de la misma raza que puebla Europa, el Norte de África y gran parte de Asia". El apellidismo de los aranistas es desautorizado en "Vasconia" por completo. Mucho más vasco será alguien con apellidos castellanos o franceses que se exprese en eusquera que otro con todos los apellidos vascos y que desconozca la lengua nacional, pero "sería falso, asimismo, llevar el anti-racismo al extremo límite y afirmar que ninguna importancia tiene la raza. Una mezcla de vascos con elementos negráticos desvirtuaría la raza vasca y difícilmente se podría tartar de vasco a un negro". Posteriormente, durante los años ochenta, este racismo de Krutwig se exacerbará ante el incremento del número de inmigrantes africanos en el país vasco, y publicará (por cierto, en Deia) artículos esporádicos en que responsabiliza a los negros -a los melanodermos- de haber importado el virus del sida.

El Bucle Melancólico. (16)



En realidad, al nacionalismo vasco le favorecen las escisiones. Le sirven para diversificar sus propuestas e incorporar nuevos sectores sociales, pero su expansión tiene un límite infranqueable: necesita mantener una dicotomía étnica entre vascos y españoles en el interior mismo del país. Por eso no conseguirá rebasar jamás los límites de la comunidad nacionalista; es decir, no será capaz de construir una comunidad nacional. No, al menos, mientras mantenga su concepción fundacional de Euskadi como un país invadido, ocupado por una nación enemiga. Pero eso es precisamente lo que le da sentido, razón de ser, al nacionalismo: la invasión.

El Bucle Melancólico. (15)


Arana Goiri y su entorno mantuvieron ante la cuestión colonial una actitud coherente con su xenofobia -una forma embrionaria del racismo igualitario, que se dice respetuoso de la variedad humana pero que condena explícitamente el mestizaje-. Como observa Taguieff, "la xenofobia puede expresarse directamente (heterofobia) o no (heterofilia). En fin, la actitud xenófoba no indica más que un límite; nunca se manifiesta en sentido estricto (rechazo del extranjero como tal), sino que procede de una jerarquía más o menos explícita de los grupos rechazados. No hay rechazo del "otro" que no seleccione entre sus "otros" y no subentienda una escala de valores que autoriza la discriminación. Toda xenofobia es, en este sentido, un racismo latente, un racismo en estado naciente". En principio, los xenófobos se declaran respetuosos con el "derecho a la diferencia" de todos los grupos humanos,puesto que reclaman para sí tal supuesto derecho. Incluso, en el extremo, pueden afirmar la radical igualdad de todas las razas humanas, pero abogarán siempre por el aislaiento. En Arana Goiri, sin embargo, esa xenofobia primaria está ya teñida de racismo, pero de un racismo paradójicamente diferencialista, surgido directamente de la práctica colonial. Si quisiéramos definir la xenofobia aranista tendríamos que hacerlo como un híbrido de racismo igualitario (toda las razas son iguales) sometido a una pauta dicotómica propia de un racismo difrencialista (algunas razas son más iguales que otras).

martes, 10 de noviembre de 2009

El Bucle Melancólico. (14)


Ese niño de orejas excesivas sentado en el centro de una fotografía del Cuadro Artístico Oldargi, de Juventud Vasca, en 1933, es mi padre. Los actores posan después de una representación de "La vieja que pasó llorando", el dramón nacionalista que más éxito de público cosechó bajo la República. Mi padre todavía recita a sus nietos -y a quien quiera oírle- su exiguo papel, y termina invariablemnte con esta aclaración "La vieja que pasó llorando era la Patria."
Todos los nacionalistas que vivieron en esa época recuerdan la obra. Lo que muchos ignoran, según he tenido ocasión de comprobar, es que se trata de una adaptación del más incendiario de los dramas patrióticos irlandeses, Catleen ni Houliban (1902), de William Butler Yeats. La vieja es, en efecto, una personificación de la patria (según Cruise O´Brien, Cathleen ni Houliban es el más conocido de los nombres que se dan a Irlanda en la poesía gaélica). El argumento es muy simple. Corre el año 1978. Una vieja mendiga llama a la puerta de unos prósperos granjeros del condado de Mayo en la víspera de las bodas de Michael, el primogénito de la casa. A través de la conversación que sostiene con los propietarios, vamos descubriendo que ha venido a llevarse consigo al muchacho: los franceses han desembarcado en la cercana bahía de Killala y ha dado comienzo la insurrección. En la escena final, Michael, tras unos momentos de vacilación ante las súplicas de su madre y de su novia, sale en pos de la mendiga, que ha partido cantando una hermosa balada. "Se hablará de ellos siempre, / el pueblo siempre los escuchará." La obra concluye con la llegada a la casa del hijo menor, Patrick. Al preguntarle su padre si se ha cruzado por el camino con una anciana, el niño responde: "No, pero he visto a una muchacha. Tenía el porte de una reina." y cae el telón.

El Bucle Melancólico. (13)


El uso de la historia por Sabino Arana es siempre metafórico. Cada gesta que narra sustituye a su pequeña tragedia familiar (y municipal), proporcionando, además, unos modelos míticos de vuelta al orden edénico que pasan invariablemente por la resistencia armada contra el invasor. Tartarin es un paranoico peligroso siempre hay un "Ellos" (negros, árabes, judíos) que amenazan la seguridad del buen rentista tarasconés, "Ellos" contra los que es lícito defenderse por cualquier medio (manoplas, revólver, kris malayo). Y en Bilbao hay miles de rentistas como los Arana que temen y odian al obrero insolente, blasfemo, rijoso y camorrrista. No es que Sabino predique abiertamente el exterminio de este. Nada de eso: se limita a propugnar la separación de razas, el apartheid, la prohibición del mestizaje, pero, de paso, escribe fantasías sangrientas en las que los maketos, bajo la especie de mesnaderos leoneses o castellanos, son masacrados por honrados vizcaínos de la ley vieja.

lunes, 9 de noviembre de 2009

El Bucle Melancólico. (12)


Como se ve, no era un genio Sabino. Ni en matemáticas siquiera (el álgebra,desde luego, nunca fue su punto fuerte en Orduña). Con todo, hay que recordar que el nacionalismo no ha producido grandes pensadores en parte alguna, por más que algunos grandes pensadores hayan sido nacionalistas. La mayoría de las máximas sabinianas parecen sacadas de aquellas "grotescas conversaciones de sobremesa" a las que Unamuno se refería. Conviene subrayar, de todas formas, que en la citada fórmula queda claro, al menos, el enorme desprecio que Arana Goiri sentía por el género humano. La misantropía, en efecto, fue uno de los rasgos más acusados de su personalidad. Como todo melancólico. Arana creía vivir en un mundo caído, entre seres degradados (qué parte de esta desoladora visión era endógena y qué otra se debía al Zeitgeist de un fin de siglo obsesionado con la degeneración de la humanidad, es cuestión difícil de elucidar).

domingo, 8 de noviembre de 2009

El Bucle Melancólico. (11)


Desde niño he estado familiarizando con la iconogarfía aranista: en el gabinete de trabajo de mi abuelo pasé tardes enteras hojeando la primorosa edición de la biografía del fundador que escribió Ceferino de Jemein, con excelentes ilustraciones. Encontré también allí un retrato de Sabino que colgó de una pared en el recibidor de la casa de mi bisabuelo, en Begoña (mi padre dice que le azoraba, siendo un crío, la mirada del retrato, que parecía dirigirse a todos los ángulos del recinto). Según una leyenda de mi familia, un dos de mayo de algún año de la Dictadura del general Primo de Rivera, este, de visita en Bilbao, subió con una comitiva de dignatarios a rendir homenaje a los Auxiliares ante el monumento erigido a su memoria en el cementerio de Mallona, frente a la casa de mis bisabuelos. El gobierno civil había requisado el teléfono de la casa él único que había en los alrededores-, por si el general lo necesitaba. Mi bisabuelo, indignado, se había trasladado al campo durante los días de la visita del dictador, dejando sola en casa a su hija menor con algunas criadas. Cuando terminó el acto de homenaje, don Miguel entró a hacer una llamada. Mi tía-abuela, aterrada, permaneció en el centro del recibidor sin poder apartar la vista del retrato de Sabino, que campeaba triunfal sobre el teléfono, de donde mi bisabuelo había prohibido terminantemente removerlo. Cuando el general colgó el auricular, se quedó mirando con curiosidad la fotografía, y preguntó tras unos instantes de duda: "¿Quién es este señor?" Con enorme entereza, mi tía contestó: "Mi tío Sabino." Y Primo de Rivera salió murmurando: "Pues cómo mira el puñetero del tío..."

sábado, 7 de noviembre de 2009

El Bucle Melancólico. (10)


¿Cómo llega un pueblo a ser eterno? Renunciando a ser una nación, renunciando a la historia; asimilándose a la naturaleza, que muere para resucitar siempre, en un ciclo estacional, y para volver a morir, y para volver a resucitar... Desde las vísperas de la Gran Guerra, buena parte de la cultura modernista vive obsesionada por la angustia del tiempo lineal y por la necesidad de recobrar el tiempo cíclico. Desde las metamorfósis vegetales de los cuadros de Klimt hasta The Waste Land, de T.S. Eliot, pasando por Le sacre du Printemps, de Stravinsky, el arte europeo insiste sin tregua en el regreso a la naturaleza sagrada. La recrudescencia de los nacionalismos fue una respuesta más a esta angustia. Como observa Benedict Anderson: "Con el reflujo de la creencia religiosa no desapareció el sufrimiento que formaba parte de ella. La desintegración del paraíso: nada hace a la fatalidad más arbitaria. El absurdo de la salvación: nada hace más necesario otro estilo de continuidad. Lo que se requería entonces era una transformación secular de la fatalidad en continuidad, de la contingencia en significado. (...) pocas cosas eran (son) más propicias para este fin que la idea de nación."

El Bucle Melancólico. (9)


La construcción del objeto al que Unamuno llama pueblo vasco o raza vasca resulta ser, en su poesía, una inversión ideológica de la visión historicista de Arana Goiri, y tan guiada por prejuicios como esta última. Al absurdo e infundado historicismo aranista corresponde, como su reflejo invertido, el antihistoricismo unamuniano. Plantear un debate sobre el destino de vasconia desde los términos en que trataron de formularlo Unamuno y Sabino Arana Goiri nos impediría llegar a un mínimo consenso razonable en lo referente a la autovisión precisa para que los vascos admitan, sin esencialismos, su condición de sujetos de una existencia irremediablemente histórica. Me sentiría satisfecho si la interpretación que aquí propongo de Orboitz gutaz pudiera contribuir al desbroce de una maraña de tópicos unamunianos y aranistas que ha ido arraigando entre nosotros gracias a la indigencia teórica de varias generaciones. Hace algunos años, Federico Jiménez Losantos sostenía que los vascos teníamos que elegir entre tirar por la calle de Unamuno o por la de Sabino Arana. En mi opinión, ambos nos han conducido a un callejón sin salida.

jueves, 5 de noviembre de 2009

El Bucle Melancólico. (8)


La perfección de los idiomas consiste en simplificar los medios, en pasar de la expresión sintética a la analítica, como el castellano ha hecho sustituyendo a los casos latinos las preposiciones, y a su llamada voz pasiva, el uso del auxiliar. Yo creo que la perfección consiste en pasar de la aglutinación a la flexión, y de esta a la expresión analítica." La idea está tomada del comparatista alemán August Schleicher, corifeo del evolucionismo lingüístico, cuyas teorías había conocido Unamuno en las clases de Sánchez Moguel. Según Schleicher, las lenguas silábicas representan el estadio más primitivo de la evolución del lenguaje humano, las aglutinantes, como el eusquera, pertenecen a una fase intermedia, y las flexivas (el castellano, por ejemplo), a la superior. Allí donde se dé una concurrrencia de lenguas flexivas y aglutinantes, estas tenderán a caer en desuso por su deficiente adaptación a las necesidades expresivas de la sociedad. Es inútil, además, intentar detener el proceso de extinción de una lengua mediante reformas gramaticales o mediante su implantación en la enseñanza, porque las lenguas son organismos que nacen, viven y mueren con independencia de la voluntad de sus hablantes. Armado de esta suerte de darwinismo lingüístico, Unamuno se negará en adelante a cualquier concesión teórica que implique reconocer la posibilidad de intervención consciente en la vida de las lenguas para evitar su declive. Pero todavía no predicará a sus paisanos el abandono o la eutanasia del eusquera (no lo hará hasta los sonados Juegos Florales de agosto de 1901 en Bilbao). Con todo, para el joven articulista y conferenciante de estos años, la lengua vernácula, aparentemente, ya no es objeto de melancolía. Como confiesa llanamente a Escriche, "individualmente cultivo el idioma vasco; no me empeño en propagarlo, porque tengo otras cosas que hacer y porque considero esta propaganda infructuosa e inútil. Me importa poco que hablemos vascuence, castellano o lapón, lo que deseo es que nos entendamos, cosa que por desgracia no sucede".