lunes, 20 de abril de 2009

Tres anécdotas y un estilo


Juan José López Burniol en El Periódico de Catalunya


Primera. Mañana desapacible de Viernes Santo. Subo solo en coche a la Cerdanya. Pongo la radio. Una emisora de Madrid tenida por seria reitera en sus boletines la noticia de la dimisión de David Vegara como secretario de Estado de Economía, y, tras dar cuenta de que los motivos alegados por este son razones personales, añade insistente --citando fuentes próximas al Gobierno-- que podría ser una respuesta al hecho de no haber sido nombrado ministro. No salgo de mi asombro ante una imputación, gratuita por indemostrable, que no tiene otro objetivo que trivializar la dimisión mediante la descalificación del dimisionario, cuando resulta evidente --dadas las características y circunstancias de Vegara-- que sus reservas de fondo a la resolución de la crisis deben de ser muy grandes y que, en segundo término, puede permitirse el lujo de marcharse porque no necesita el cargo para ser alguien y vivir en paz consigo mismo. Moraleja: al que no está conmigo, ni agua.
Segunda. Lunes de Pascua. Veo por televisión las imágenes de una reunión convocada por el presidente Zapatero con sus vicepresidentes --De la Vega, Salgado y
Chaves-- para imprimir ritmo a la acción de Gobierno. Una sala de la Moncloa, paredes claras, ambiente diáfano, los cuatro sentados alrededor de una mesa de moderno diseño, pocos papeles, sonrisas convencionales y aire de conversación ligera. La estética, en suma, de un anuncio de escuela de idiomas. Moraleja: una imagen vale más que mil palabras (sobre todo si no se tiene nada que decir).
Tercera. Martes, 14. El presidente Zapatero anuncia ante su grupo parlamentario que el Gobierno remitirá en breve al Congreso --entre otros-- los proyectos de las leyes del aborto, de libertad religiosa y de igualdad de trato. Moraleja: maniobras de distracción masiva.
Estas tres anécdotas definen un estilo de hacer política, que concibe a esta como una representación --política espectáculo--, sin más horizonte que el electoral ni más objetivo que la conquista o preservación del poder. No obstante, sería injusto atribuir al actual Gobierno la exclusiva de la fórmula. Es un achaque de todos los partidos.

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