sábado, 8 de agosto de 2009
Doñana: chapapote sin Nunca Mais
Antonio Burgos en ABC
ME encantan estos ecologistas. Estos ecologistas a los que me refiero no son los amorosa y desinteresadamente preocupados por el medio ambiente, sino los pegatineros y piqueteros del «Nunca mais». Hablan o callan según sea la conveniencia política de quienes les dan las instrucciones y la consigna del día para utilizar el agujero de ozono contra la derecha y contra el Papa si se tercia.
¿Cuántos desastres medioambientales mayores que el del chapapote en la Costa de la Muerte ha habido posteriormente en España, pero como ya habían echado al PP de La Moncloa, que era de lo que se trataba, estos ecologistas han estado más callados que la gente viendo la más que tomista, escolástica mano izquierda de El Cid la otra tarde en las Colombinas de Huelva? Vámonos por Huelva, que dicen los que van a cantar un fandango. El fandango que quiero cantar, aunque desentone de la corrección política impuesta por la dictadura del pensamiento único, es que me gustaría preguntar a uno de estos ecologistas de mierda cómo se le llama al «chapapote» en el término municipal de Almonte o, al otro lado de la desembocadura del Guadalquivir, en Sanlúcar de Barrameda y en la Punta de Malandar. Porque, señores, ni Costa de la Muerte ni leches. En la Costa de la Muerte había cuatro criaderos de percebes y cuatro piedras locas, preciosas, eso sí. Pero en el término municipal de Almonte, en sus privilegiados 40 kilómetros de playa, está el antiguo Coto de Doñana, hoy Parque Nacional. Que nuestro dinero nos cuesta por cierto. Y en aquel entorno, maravilla de la Naturaleza, patrimonio de la Humanidad y sigan ustedes poniendo elogios, se ha producido un vertido de crudo, si no tan intenso como el de la Costa de la Muerte, que pintó de Rey Baltasar al litoral gallego, sí al menos extenso, a lo largo de 14 kilómetros de esa costa virgen y privilegiada, donde sólo pueden poner el pie los coquineros... y los presidentes del Gobierno que se van a Doñana a mangar veraneo gratis total.
En el puerto exterior de Huelva se rompió una tubería de petróleo, se produjo un vertido de crudo en toda regla, las corrientes arrastraron lo que antes se llamaba «marea negra» hacia Poniente, hacia Mazagón y Matalascañas, y las que eran conocidas de antiguo como Playas de Castilla se han llenado de galletas de fuel. Galletas conocidísimas. Gracias a los ecologistas profesionales de carné y pancarta, sabemos en España de las galletas de fuel más que de las galletas Fontaneda. Pero a efectos de los profesionales del ecologismo, hay galletas de fuel y galletas de fuel. Como la cerveza con alcohol y la cerveza sin alcohol, o como la leche entera o la desnatada, para los ecologistas de guardia y de consigna hay galletas de fuel del PP y galletas de fuel del PSOE. Como el colesterol bueno y el colesterol malo, las dañinas son las galletas de fuel del PP, que son las llegan a las playas cuando ese partido está en el poder: ejemplo, la Costa de la Muerte y el «Nunca Mais». Pero las galletas de fuel del PSOE son completamente inocuas. Es más, hasta cierto punto son convenientes, porque siempre pueden ser aprovechadas para dar a las playas un escamondado a fondo mientras se quitan.
Las que han llegado a Doñana, a las playas vírgenes del Parque Nacional, a aquella maravilla paradisíaca, son, en efecto, galletas de fuel del PSOE. Del PSOE que está en el poder en Madrid, en la Junta de Andalucía, en la Diputación de Huelva y hasta en el Ayuntamiento de Almonte. Así que de «Nunca mais», nada, chicos, toca callar. ¿Se imaginan la que tendrían liada a estas horas los gachós del «Nunca mais» si el chapapote hubiera llegado a Doñana con el PP en el poder? (Mentís final: ZP no es gafe. A Doñana ha llegado el chapapote con ZP mangando veraneo gratis total en La Mareta).
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