jueves, 27 de agosto de 2009

Tres eran tres las hijas de Elena

La opinión de Enrique Calvet





La primera llevaba por cristiano nombre Iluminada, pues era dada a las ensoñaciones. Verbigracia, se le aparecían brotes verdes por España que nadie en el mundo atisbaba. Tenía revelaciones sobre proyecciones económicas que, de tan fantasiosas, podían parecer engaños. Pero cambiaban de un día para otro con desparpajo, según elecciones. También imaginaba oníricamente un sistema financiero privado que funcionase cual una ONG y rechazara buenos negocios relacionados con el balompié para ejercer la caridad de cara a Pymes; o que invirtiese 10.000 millones, por pura generosidad altruista, en un nuevo modelo de crecimiento económico que se buscaba desde el año 2004 y cuyos rasgos eran un misterio.
Lo malo de la animosa Iluminada, es que influía en doña Elena a la hora de gobernar la economía lo que perjudicaba claramente a los ciudadanos, que no vivían en Wonderland.
La segunda llamábase Mercedes. Se lo pusieron en honor a las “Mercedes Enriqueñas” de aquel Trastámara que conservó el poder largando riquezas y dinero a sus barones. Así, Mercedes estimaba muy oportuno subir a los funcionarios un 3,9% en plena crisis económica histórica, por esa generosidad innata hacia sus aliados sindicales. Por supuesto, Mercedes, espléndida con los dineros recaudados, no dudaba en promover la entrega de ingentes cantidades de dinero a entidades financieras, así fueran de mal gestionadas, sin la menor necesidad de que los “donantes” tuvieran control sobre ellas. Y, en el paroxismo de su manirrota largueza, Mercedes apoyaba la entrega a troche y moche de riadas de dinero a sus baronías fieles para oropeles, embajadas, ríos privados, flamenco, y reforzamiento múltiple de pompa e independencia en las taifas.
Lo malo de la despilfarradora Mercedes es que diseñaba la política de gasto de Dª Elena, lo cual dañaba el bienestar de los ciudadanos repartidos por baronías y obligados a pagar los desafueros ajenos.
La tercera hija fue agraciada con el nombre de Olvido. Ese nombre le marcó profundamente y lo de Olvido se convirtió en muy preocupante. No recordaba nunca, por supuesto, promesas, vaticinios ni compromisos contraídos, incumpliéndolo todo. Pero eso era un mal general. Lo que se tornaba en muy peligroso es que no recordaba, por ejemplo, que era misión de los gobernantes ocuparse del bien común y de las futuras generaciones, y no de clientelismos y citas electorales a corto. Tampoco rememoraba que vivía en una sociedad que, originariamente, tenía el cimiento de la solidaridad entre ciudadanos y no la base de un chalaneo entre regiones más o menos inventadas. Así, el principio de que los ciudadanos de mayor renta cedieran más impuestos para que el Estado central invirtiera en apoyar a ciudadanos necesitados o viviendo en condiciones de menor posibilidades de desarrollo, (con el corolario inexorable de que zonas con mayor número de compatriotas pudientes reciben menos y dan más que otras zonas con mayor densidad de conciudadanos necesitados), le parecía una filfa irrisoria y estaba dispuesta a dar más al que más tiene, siempre y cuando se lo devolviera en poltronas. Ello le creaba tal quebradero de cabeza que, evidentemente, Olvido olvidó la solidaridad (diz que propia de la izquierda) y hasta la aritmética en sudokus aberrantes. De la Constitución, hace tiempo que no recordaba nada.
Lo malo de la desmemoriada Olvido, es que ejercía un gran dominio sobre sus hermanas pero, sobre todo, sobre Doña Elena. Y los ciudadanos lo padecían, conscientemente o no.

Justo es decir que un caballero coqueteaba con las tres hermanas a la vez. Conocido por “El Pepé” éste tenía la intención de heredar un día de Dª. Elena y sus mentores, para lo cual encontraba en cualquiera de las hijas aspectos atractivos. Su entendimiento con Olvido era buenísimo, pues él tampoco recordaba gran cosa. Su memoria era selectiva y no se acordaba de quién había firmado los Pactos del Majestic, o de quién había establecido el modelo de crecimiento que engendraría hordas de parados o de quién no había hecho las reformas estructurales cuando eran factibles y había iniciado las dádivas generosas a las baronías fieles. Porque sus pequeñas diferencias con la hermana Mercedes no eran cuestión de método, sino de beneficiarios. “Mis barones mejor que otros, mis clientes mejor que otros”, venía a decir. Pero, en esencia, el adelgazamiento del Estado Central hasta la inanición que impide políticas responsables de solidaridad y cohesión nacional, le importaba igual de poco que a Mercedes.... Iluminada ejercía sobre él la fascinación de los extremos opuestos. Si ella se inventaba brotes verdes e idílicos paraísos, él contraponía lúgubres desiertos e infiernos tremebundos, pero con la misma táctica de exagerar anécdotas, frivolizar apariencias y rehuir las indispensables raíces estructurales de los problemas de los ciudadanos, a los que él mismo se ofrecía como bálsamo de fierabrás, para suceder a Dª. Elena, cuidando muy cariñosamente de sus hijas.

Y estos ciudadanos, entre dos alternativas igual de desesperantes, cada día más manipulados, cada día menos unidos, menos solidarios, menos europeos, cada día más pobres, cada día más huérfanos, canturreaban su popular canción: “...Tres eran tres, y ninguna era buena...”

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