lunes, 31 de agosto de 2009

El liderazgo de los intelectuales


Juan-José López Burniol en El Periódico de Catalunya.


Tras la revolución liberal, con el acceso de la burguesía al protagonismo histórico, y, sobre todo, desde la revolución democrática, con la asunción de este protagonismo por todo el pueblo, los intelectuales han desempeñado un papel fundamental en la vida política, como intermediarios imprescindibles para la conversión de las grandes ideas en ideologías susceptibles de ser consumidas por las masas. De ahí que su presencia haya sido obligada y su intervención, decisiva, máxime si se tiene en cuenta que los grandes cambios siempre se desencadenan por la fuerza de una idea.
Pero, pese a la trascendencia de su rol, los intelectuales no pasan de constituir la intendencia ideológica de una sociedad, por lo que es signo de mala salud política que estos mismos intelectuales intenten asumir el liderazgo social. Lo que sucede en situaciones de fuerte atonía política, como es el caso de España –y Catalunya– en los días que corren, pero sin que esta atonía justifique la primacía de los intelectuales, ya que siguen siendo válidas las palabras que François Guizot escribió hace siglo y medio: «La excesiva confianza en la inteligencia humana, en el orgullo humano, en el orgullo del espíritu (…) ha sido la enfermedad de nuestro tiempo, la causa de una gran parte de nuestros errores y de nuestros males».
Es cierto que, de nuestros políticos, unos mienten, otros callan y otros solo sacan pecho, pero –pese a todo– están sujetos a una última exigencia de responsabilidad que hace que esta prevalezca sobre su convicción. En cambio, el intelectual que, transido de soberbia, pretende sustituirlos, es capaz de romper cualquier cosa para que prevalezca su idea. Por eso no hay que fiarse sin más de los intelectuales, aunque se adornen con artes de la más elaborada seducción populista o adopten las formas de la más severa superioridad moral. Que digan cuanto tengan que decir, pero sin eludir la más rigurosa de las críticas, efectuada desde la perspectiva a la que ellos –en su olímpico desdén por los hechos– suelen ser más refractarios: la crítica por razón de intereses. No se engañen: ellos también van a lo suyo.

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