Enrique Calvet en Expansión
Desde luego, estamos en tiempo de bochorno, y no solamente, ¡ay!, por el que provocan las gotas de sudor que salpican mi teclado. Yo creo que somos muchísimos los españoles, tal vez todos, los que entendemos que atravesamos un periodo difícil, de general empobrecimiento, que nos requiere un plus de solidaridad y un esfuerzo para proporcionar una mínima ayuda a los más desfavorecidos, por ejemplo a los que se han quedado largamente sin renta en el peor mercado de trabajo de Europa (excluida Letonia).
Ello entra dentro del concepto del modelo social europeo que, en mi opinión, es un gran factor de cohesión, dignidad y calidad humana que debemos defender. Se podrá debatir la cuantía sostenible (¿420euros?), la temporalidad, la eficiencia en la aplicación, el equilibrio con la financiación de las indispensables medidas estructurales que nunca se toman...Pero la medida es socialmente deseable.
Lo que es imperdonable y corrosivo es convertir esa medida, una vez más, en un monumento a la improvisación, la chapuza, el sectarismo y la confusión demagógica.. No nos lo merecemos. Los parados menos. Una acción que es la plasmación de un importante acto de solidaridad social, a la vez que una señal de alarma muy seria sobre la gravedad de la situación y los problemas estructurales que padecemos, merece todo respeto y todo rigor, en su gestación, en su presentación y en su implementación. Justo lo contrario.
Del diseño de la medida sabemos muy poco, o nada, de lo que realmente importa: ¿Por qué 420 euros? ¿Por qué equis meses o equis fecha? ¿Qué cálculos y previsiones hay detrás? Y otros interrogantes técnicos de crucial importancia.
La presentación fue bochornosa, consistiendo en una soflama de gran autobombo político que escondía las verdades, ministros que se contradecían y desaparecían, otros pidiendo perdón, en fin, el desbarajuste frívolo con su inevitable efecto de confusión y frustración para los potenciales afectados. Del bochorno de la implementación, para qué hablar, desde los funcionarios desinformados y sin formularios hasta el destructivo cáncer permanente español de la obstaculización de las autonomías, todo un disparate.
El colofón viene cuando a los dos días de aplicar una decisión de gobierno largamente anunciado y preparado, el Presidente se muestra presto a cambiarla. Sin duda las encuestas, auténticos motores de la acción política del gobierno junto a las exigencias de los aliados separatistas, habrán dado la voz de alarma. Pero ¿dónde quedan, la seriedad, la competencia, el rigor, la credibilidad, la responsabilidad, el respeto? Elementos básicos para una nación próspera, que se pierden muy pronto y tardan muchísimo en recuperarse.
El papel de los sindicatos
Nos ayudará a comprender la raíz de porque se actúa tan irresponsablemente, la estrategia del gobierno a la hora de buscar su válvula de escape: los sindicatos.
Soy de los que no participan en absoluto del discurso que tiende a denostar a los sindicatos y a considerarlos como un vestigio o un obstáculo. Antes al contrario, creo que son una institución fundamental que puede y debe ayudar a catapultar la prosperidad y la cohesión de una nación. Pero, para ello, deben cumplir su función, de lo que han demostrado ser muy capaces, y no otras.
Si ya fue torticero el introducir ese tema en el llamado diálogo social, cuando no tenía nada que ver con lo que debían negociar patronal y sindicatos, peor es que el Gobierno intente ahora hacer co-responsables o cómplices a los sindicatos de sus torpezas e ineficiencias. Los sindicatos sabrán si se prestan. Pero, haciendo muy bien el Gobierno en consultar a quién le parezca (¡pero antes de tomar la medida!) igual podría consultar al colegio de economistas, al mundo universitario o a Cáritas, que sin duda darían buenos consejos. Y si lo que quiere es un amplio acuerdo social global con alta apoyatura técnica por parte de la sociedad civil, para eso tiene el Consejo Económico y Social, como en Bruselas. Pero ahí está el quid de la cuestión.
El Gobierno no tiene la mira puesta en paliar las deficiencias y desigualdades de nuestra sociedad, está en su campaña de clientelismo populista y de imagen. Y entonces surgen la idea feliz, la presentación sectaria, el vaivén según encuestas, las filípicas contra el ogro fascista y el sarao habitual.
Pero, de la esencia del problema y de su tratamiento con rigor y profesionalidad, ¿Quién se ocupa? Porque, admitámoslo, la inenarrable oposición entra en el juego y se pone al mismo nivel con galana frescura. Y volvemos a tener juego de espías, declaraciones ocurrentísimas, diatribas contra el monstruo socialista (¿socialista?) y rasgados de vestiduras. Pero ¿Cuál es la propuesta elaborada y seria de la oposición, cuál su credibilidad? Como a la cantante calva, no se la ve por ninguna parte, pero muy bien, gracias.
Los costes económicos, a corto, medio y largo plazo, de esa falta de nivel y de responsabilidad seria y ética, de la que el episodio de los 420 euros es sólo un síntoma doloroso más, son inimaginables dentro y fuera de España. Los sociales, inmarcesibles.
Cuando pienso en los próceres, de diestra y siniestra, que llevan el mayor peso de la política española reconozco que me entran sudores. Por el bochorno.
sábado, 29 de agosto de 2009
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