sábado, 22 de agosto de 2009

Trocos


Ignacio Ruíz Quintano en ABC.


Una mujer es siempre un pretexto, pero un troco es siempre una mujer.
España es hoy un país de trocos dirigido por un gobierno de trocos, con Maritere de troco mayor.
Mientras el columnismo zen se ocupa en arreglar el mundo haciendo un tetris de lugares comunes, alguien ha de reparar en el fenómeno troco.
Pero ¿qué es un troco?
Un caballero que iba a los toros en Bilbao dio con un grupo de antitaurinos en el que descubrió a la esposa de un gran amigo suyo que pasó de gritar ¡asesinos!, ¡asesinos! e !hijos de p...!, !hijos de p...!, que son los gritos animalistas más comunes, a soltarle al amigo una maldición que viene a ser como una Némesis del Sepu:
¡Ojalá te aburras!
Bueno, pues eso es un troco, la cual, por cierto, continuó, tan terne, con su lucha.
Mi hijo no quiere que uno escriba de trocos porque está convencido, como la mayoría de los de su generación, que en el papel impreso las palabras más frescas se resecan y mueren, y ellos tienen en la palabra troco una revelación del lenguaje que les sirve de contraseña y que les sabe a moneda nueva. De madrugada, a las puertas de los garitos del trasnoche madrileño, en las caras de esa moneda se confunden, para ellos, Adán y Eva.
En el rostro equívoco de Rimbaud dice Ruano se confundían Adán y Eva. Él era adámico y évico. La geografía hizo de serpiente, y su propio corazón, de manzana.
Estos chicos que danzan en torno de los trocos no saben quien fue Rimbaud (aquel desertor de Java que, después de vivir en la selva solo, desnudo, como un mono, riéndose a carcajadas y haciendo operaciones aritméticas que le divertían más que la literatura, apareció en Egipto), pero intuyen lo que es ser uno mismo el ángel que se seduce a sí mismo y que ha de caer en el pecado de gesto femenil con la ingenuidad del hombre.
¡Ojalá te aburras! los maldicen los trocos.
El troco llena las calles, las playas... y las plazas de toros. No es que el troco no sea guapa (palabra rotunda, sin traducción posible; palabra tremenda, que llena toda la boca); es que es muy fea, de una fealdad pueril, como diría el gran catador de trocos: sin cultura, sin serenidad, sin tragicismo. En las plazas de toros, ahora que se están quedando con ellas, los trocos olean a Morante, que les parece un humo dormido, una gracia como esmerilada en una intuición de tristeza. ¿Por qué hemos permitido que el troco se adueñara de nuestra vida pública?
Dejar de insultar al microbio y estudiar a la enfermedad, aconsejaba la vieja psiquiatría.
Y eso es lo que uno ha hecho en lo que Morante pegaba sus pingüis a la bilbaína, llegando a la conclusión de que lo que más les gusta a los trocos de Morante es El Lili, cosa en la que no van a fijarse los revisteros, porque los revisteros están con el cuento de que Joselito Pepito, no el Gallo es el nuevo Victorino Martín. ¡Aste Nagusia!

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