jueves, 5 de noviembre de 2009
El Bucle Melancólico. (7)
Cabría decir que Unamuno percibe el fin de su melancolía patriótica (el cumplimiento del luto) de una forma invertida o reflejada. En su artículo de 1907 "Rosseau en Iturrigorri" atribuye al fortalecimiento mediante la gimnasia la curación del estado mórbido de su adolescencia, y es obvio que la virilización del cuerpo, al expulsar de este el fantasma de la niñez, contribuye a mitigar la melancolía (puesto que la pubertad concluye), pero como la melancolía propia de la edad había sufrido un proceso de conversión en melancolía patriótica, de cambio de significantes -como la Teodolina Villlar de El Zahir es a un tiempo sustituida y conservada por la moneda-, la superación de esta última exigía la abolición del significante subrogado. Al dar muerte al árbol de Guernica en el poema de 1880, Unamuno lleva a cabo en sí mismo una abolición foral: la abolición de los fueros de la melancolía. Así, del mismo modo que la muerte del antiguo régimen era necesaria para la liberación de las energías económicas y sociales que iban a transformar el país vasco durante los años de la Restauración, la desaparición de la melancolía fuerista -bajo la especie de la destrucción simbólica del roble sagrado- permite a Unamuno emprender una trayectoria autónoma, construirse a sí mismo no ya como epígono de Trueba y Arana, sino como un escritor con voz propia. Tardará todavía mucho en encontrar un símbolo adecuado para esta autoconstrucción (lo va a hallar, evidentemente, en el Quijote). Mientras tanto, su itinerario intelectual estará marcado por las vacilaciones, por los saltos atrás, por la búsqueda de soluciones de compromiso. Su memoria registra estos vaivenes como contradicciones. Y, al final, como no hay otra identidad personal que la memoria, se construirá una identidad ostentosamente basada en la contradicción.
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