viernes, 11 de septiembre de 2009
Anatomía de un instante. (14)
Suárez lo sabía. Sabía que el Rey ya no estaba con él. Mejor dicho: lo sabía pero no quería admitir que lo sabía, o al menos no quiso admitirlo hasta que ya no le quedó más remedio que admitirlo. En el otoño de 1980 Suárez sabía que el Rey lo consideraba el principal responsable de la crisis y que albergaba serias dudas sobre su capacidad para resolverla, pero no sabía (o no quería admitir que sabía) que el Rey abominaba de él cada vez que hablaba con un político, con un militar o con un empresario; Suárez también sabía que su relación con el Rey era mala, pero no sabía (o no quería admitir que sabía) que el Rey había perdido la confianza en él y que exhortaba a que sus adversarios lo echasen del poder. Finalmente el 24 de diciembre a Suárez ya no le quedó más remedio que admitir que sabía lo que sabía en realidad desde hacía varios meses. Aquella noche la televisión emitió el discurso navideño del Rey; casi siempre ha sido un discurso ornamental, pero en aquella ocasión no lo fue (y, como si quisiera subrayar que no lo era, el monarca apareció ante las cámaras solo y no acompañado por su familia, como había hecho hasta entonces). La política, dijo entre otras cosas el Rey aquella noche, debe ser considerada "como un medio para conseguir un fin y no como un fin en sí mismo". "Esforcémonos en proteger y consolidar lo esencial -dijo-, si no queremos exponernos a quedarnos sin base ni ocasión para ejercer lo accesorio." "Al recapitular hoy sobre nuestras conductas -dijo-, que examinemos nuestro comportamiento en el ámbito de responsabilidad que a cada uno es propio, sin la evsasión que siempre supone buscar culpas ajenas." "Quiero invitar a reflexionar a los que tienen en sus manos la gobernación del país -recalcó-. Han de poner la defensa de la democracia y del bien común por encima de sus limitados y transitorios intereses personales, de grupo o de partido." Ésas fueron algunas de las frases que el Rey pronunció en su dicurso, y es imposible que Suárez no sintiera que estaban dirigidas a él; también, que no las interpretara como lo que probablemente eran. Una acusación de aferrarse al poder como un fin en sí mismo, de proteger lo accesorio, que era su cargo de presidente, por encima de los esencial, que era la monarquía,una acusación de comportarse irresponsablemente buscando culpables a sus propias culpas y poniendo su transitorio y limitado interés por encima del bien común, una forma pública y confidencial, en fin de pedirle que dimitiera.
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