sábado, 26 de septiembre de 2009
Anatomía de un instante. (35)
El 18 de febrero de 1981, cinco días antes del golpe de estado, el periódico El País publicó un editorial en el que comparaba a Adolfo Suárez con el general De la Rovere. Era otro cliché, o casi: en el pequeño Madrid del poder de principios de los ochenta -en ciertos círculos de la izquierda de ese pequeño Madrid- comparar a Suárez con el colaboracionista italiano del nazismo convertido en héroe de la resistencia que protagonizaba una vieja película de Roebrto Rossellini era casi tan común como mencionar el nombre del general Pavía cada vez que se mencionaba la amenaza de un golpe de estado. Pero, aunque hacía tres semanas que Suárez había dimitido de su cargo de presidente y este hecho tal vez invitaba a olvidar los errores y recordar los aciertos del hacedor de la democracia, el periódico no recurría a la comparación para ensalzar la figura de Suárez, sino para denigrarla. el editorial era durísimo. Se titulaba "Adiós, Suárez, adiós" y contenía no sólo reproches implacables a su pasividad como presidente en funciones, sino sobre todo una enmienda global de su gestión al frente del gobierno; el único mérito que parecía reconocerle consistía en haberse investido de la dignidad de un presidente democrático para frenar durante años a los restos del franquismo, "como un general De la Rovere convencido y transmutado en su papel de defensor de la democracia". pero acto seguido el periódico le regateaba a Suárez ese honor de consolación y lo acusaba de haberse rendido con su renuncia al chantaje de la derecha. "El general De la Rovere murió fusilado -concluía-, y Suárez se ha ido deprisa y corriendo, con un sinfín de amarguras y con muy pocas agallas".
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