jueves, 1 de octubre de 2009

Anatomía de un instante. (45)


Todo esto fue un espejismo, el póstumo fulgor de una estrella extinguida, los cien días de gloria del emperador destronado. Me resisto a creer que Suárez lo ignorara; me resisto a creer que Suárez lo ignorara, me resisto a creer que hubiera vuelto a la política ignorando que no volvería al poder: al fin y al cabo muy pocos sabían como él que quizá es imposible llevar la ética a la política sin renunciar a la política, porque muy pocos sabían como él que quizá nadie llega al poder sin usar medios dudosos o peligosos o simplemente malos, jugando limpio o esforzándose al máximo por jugar limpio para fabricarse un lugar honorable en la historia; me pregunto incluso si no sabía más, si no intuía al menos que, suponiendo que podamos de veras admirar a los héroes y no nos incomoden o nos ofendan disminuyéndonos con las enfáticas anomalías de sus actos, quizá no podamos admirar a los héroes de la retirada, o no plenamente, y por eso no queremos que vuelvan a gobernarnos una vez concluida su tarea: porque sospechamos que en ella han sacrificado su honor y su conciencia, y porque tenemos una ética de la lealtad, pero no tenemos una ética de la traición. El espejismo, en cualquier caso, apenas duró un par de años: al tercero ya había emepzado a invadir el Congreso y la opinión pública la certeza de que lo que Suárez llamaba una política de estado era en realidad una política ambigua, tramposa y populista, que buscaba en Madrid los votos de la izquierda y en Ávila los de la derecha, y que le permitía pactar con la izquierda en el Congreso y con la derecha en los ayuntamientos; al cuarto, tras cosechar resultados decepcionantes en las elecciones generales y europeas, surgieron los problemas en el partido, las divisiones internas y los expedientes a los militantes díscolos, y la derecha y la izquierda vieron la ocasión esperada de ultimar a un adversario común y se arrojaron a la vez sobre él en busca de sus votantes de izquierda y de derecha: al quinto año sobrevino el derrumbe: en las elecciones autonómicas del 26 de mayo del 91 el CDS perdió más de la mitad de sus votos y quedó fuera de casi todos los parlamentos regionales, y aquella misma noche Suárez anunció su dimisión como presidente del partido y su renuncia a su escaño en el Congreso. Era el final: un final mediocre, sin grandeza y sin brillo. No daba más de sí: estaba exhausto y desilusionado, impotente para volver a presentar batalla dentro y fuera de su partido. No se retiraba: lo retiraban. No dejaba nada tras él. UCD había desaparecido hacía años, y el CDS no tardaría en desaparecer. La política es una carnicería. Se oyeron muchos suspiros de alivio, pero ni un solo lmamento por su retirada.

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