
En el centro de todas las negociaciones estaba la ciudad que sería el centro político del Imperio Carolingio en el sur. Descartada Zaragoza por los sucesos del 778, y Pamplona casi por lo mismo, solo quedaban Tarragona y Barcelona. En la elección de una de esas dos ciudades intervinieron razones estratégicas pero también de legitimidad. No podemos olvidar a los "comites barcinonensis", que vivían en una de ellas, un título romano y por lo tanto independiente de la herencia de los visigodos de Narbona o de Toledo; así era el poder de esos hombres, incólumes entre las tempestades que silbaban a su alrededor. Carlomagno decidió que fuese Barcelona la capital de la marca meridional del imperio, la Marca Hispánica, aunque probablemente nunca tuvo entidad jurídica, apunta Ramon d´Abadal, el gran experto en estos temas.
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