jueves, 7 de enero de 2010

España, una nueva historia (20)


Tenía nueve años y había acudido con mi padre al examen de ingreso al bachillerato. Me senté frente a un individuo con gafas y pelo ensortijado que me miraba con aire burlón. Tocaba historia de España. Un reto difícil, hubiera preferido geografía o literatura, materias con las que me encontraba más a gusto. La pregunta, no por obligada, resultaba compleja: recita la lista de los reyes godos. Una pausa para poner orden en la memoria, una mirada de soslayo a mi padre, que con los ojos parecía indicarme que ya me había advertido que me iban a preguntar "eso". Los segundos me parecieron horas, sobre todo porque el individuo en cuestión parecía impacientarse. Vamos, niño, ¿la sabes o no la sabes? No dudé por más tiempo. Allí iba: Fritigerno, Atanarico, Alarico I, Ataúlfo, Sigerico, Walia, Teodorico I, Turismundo, Teodorico II, Eurico, Alarico II, Gesaleico, Amalarico, Teudis, Teudiselo, Agila I, Atanagildo, Liuva I, Leogovildo, Recaredo I, Liuva II, Witerico, Gundemaro, Sisebuto, Recaredo II, Suintila, Iudila, Sindila, Sisenando, Chintila, Tulga, Chindasvinto, Recesvinto, Wamba, Ervigio, Égica, Witiza, Rodrigo. Sí, la había dicho y de corrido. Para el examinador yo sabía historia, y estaba en condiciones de ingresar en el bachillerato. Me sentí alivaido, mi padre respiró sin sonreír. Pero me quedó una duda: ¿sabía realmente historia por haber recitado esos nombres tan extraños? La recuperación una vez más de este listado no es sin duda una idea aberrante y tampoco responde a una oscura exaltación de la historia de los acontecimientos; más bien se trata de mostrar de qué manera en el pasado se distinguía la entidad de un pueblo mediante el recitado de los personajes representativos, al igual que hoy los adolescentes se saben los nombres de los jugadores de su equipo preferido.

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