miércoles, 27 de enero de 2010
España, una nueva historia (55)
A comienzos de 1461, la Diputación del General exigió la liberación del príncipe y, ante la negativa de Juan II, le declaró heredero de Cataluña. Comenzaron unas semanas de duras negociaciones que concluyeron en la capitulación de Vilafranca del Penedès del 21 de junio. Una vez concluida esa tarea monumental, Carlos exhibió los resultados en un recorrido callejero por Barcelona, donde fue aclamado por todo el patriciado urbano y por algunos sectores vinculados a la Busca. Requesens se mofó de aquella exhibición, pero Juan II envidiaba la popularidad de su hijo, el príncipe de Viana. La multitud le aclamó como "rey de Cataluña", abriendo así en el corazón sentimental de la gente un hueco para que esa "corona" fuese luego ofrecida a otros seductores de la política. Cualquiera valía, menos ese Juan II al que detestaban no por ser Trastámara (también lo era el príncipe de Viana) sino por su séquito y por su apoyo a los campesinos de "remença". Después de su repentina muerte, que dio lugar a una leyenda negra sobre un posible envenenamiento, un testigo recordaba: "¡Oh, cuánta gloria es para el señor rey haber tenido tal hijo en la tierra y ahora en el cielo celestial! ¡Oh, bienaventurada Cataluña, que ha sido merecedora, por la clemencia y bondad divina, de haber cohabitado entre los catalanes y dejado su cuerpo entre ellos tal señor!".
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